Por: Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv
Aquella vez, hace exactamente 40 años, la inspiración le llegó al compositor Roberto Alfonso Calderón Cujia, unida a los pronósticos de las cabañuelas, pero no aplicada a los métodos tradicionales de predicción meteorológica de los campesinos, sino a que las lluvias de amor aparecieran pronto para sofocar el calor del olvido y darle la esperanza oculta en su pensamiento.
Era una razón valedera para el hombre enamorado al notar como la mujer que amaba se estaba perdiendo en el adiós del destino. Entonces, siendo práctico y después de darle vueltas al primer verso, lo consignó de la siguiente manera. “Ya llega enero y estrenando el año rostros alegres de esperanzas sueñan, y comparé mis sentimientos con las cabañuelas, y dibujé mi corazón como cuarteada tierra, que haya tierra mojada”.
En ese trance del sentimiento en crisis y con el corazón afligido plasmó la alternativa de declararse en huelga y arroparse a la esperanza del sueño anhelado. “Que venga mi adorada porque si ella no viene me declaro en huelga. Tanto que la quise que hasta un día juré no volverla a mirar, pero es tanto el amor que no aguanté el dolor y tuve que llorar”.
Con la tristeza en primera fila continuó desabrochando los recuerdos que ponían en jaque su paz interior…Y esas son las cabañuelas de un hombre enamorado, que sueña que se le olviden sus penas, que anhela que este por fin sea su año. Cabañuelas de amor, adiós dolor y que llueva”.
Claro, que ese sinsabor lo acompañó en muchas ocasiones como cuando a una joven le cantó: “Yo sé que tú te alejas como el ave que se va, dejando mi pobre alma triste con una ilusión”. Esas tempestades del sentimiento lo han perseguido en un largo trayecto de su vida.
Historia de ‘Cabañuelas’
El compositor Roberto Calderón, el mismo que aconseja: “Esperar al amor desbordar el silencio para después escuchar un eco de felicidad”, contó la historia de su canción ‘Cabañuelas’ que grabaron los hermanos Zuleta en el año 1982.
“Acostumbraba a ir mucho a la finca ‘Los Haticos’ de propiedad de mi abuelo Enrique Cujia, a unos 15 minutos de San Juan del Cesar, La Guajira. Allá, él solía sentarse a la mesa con un almanaque Bristol en la mano. Iba mirando al cielo y analizando cómo sería el tiempo para la siembra de los productos de pan coger”.
Se emocionó contando como aquel veterano agricultor cada comienzo de año trazaba el futuro a través de las famosas cabañuelas. Ese acontecimiento le quedó calcado en su memoria y no le fue difícil hacer la comparación con una cosecha de amor necesaria de lluvias para germinar y después dar los mejores frutos.
“Todo pasó en un episodio de amor bastante difícil naciendo la canción que estuvo pensada del hecho de las cabañuelas. Pude descifrar ese momento que estaba pasando para lograr rescatar el amor de mi novia Ligia Zarante. Esta obra la hice en una casa del barrio Las Cumbres de Barranquilla”.
Cuando en la canción se preguntaba cómo sería su año, apareció la cuñada a decirle que todo se veía bien en el firmamento del amor. “En medio de las dificultades me preguntaba si Ligia sería la mujer de mis sueños, la mujer de mi vida y encontré la respuesta en su hermana gemela. Ella me dijo que estuviera tranquilo que ella me adoraba, Enseguida le dije. ”Muchas gracias cuñada, con esa confidencia me descansa el alma”.
Al poco tiempo de hacer la canción se la presentó a los hermanos Zuleta, quienes estuvieron de acuerdo en grabarla y lo invitaron a Bogotá para que hiciera la pista. “Allá se hizo todo y tengo como anécdota que el ‘Intro’ de la canción se la tocó antes a Emilianito Zuleta, el técnico de acordeones del grupo, Ovidio Granados. A Emilianito le gustó tanto que después de practicarla la grabó”.
La canción se convirtió en éxito, pero un tiempo después a la misma Ligia Roberto Calderón, le hizo otra canción, ya con el toque del adiós definitivo porque el destino de la vida tomó el rumbo que no se esperaba y no hubo cabañuela que valiera.
La banca de atrás
Tiempo después, entre tantos intentos de enderezar el amor vino un episodio que le tocó el alma, el dolor llegó con la mayor fuerza y su corazón se llenó de melancolía.
El epicentro fue la Iglesia Nuestra Señora de Torcoroma de Barranquilla, donde asistió a un matrimonio. Todo lo resumió en la frase: “La que hace una hora era mi novia, hoy se entrega a otra persona diciendo que sí”.
Al invitarlo a contar la versión de este hecho que hizo canción, manifestó. “Ella era mi novia, pero yo poco la visitaba debido a mis estudios universitarios. A pesar de todos los detalles míos se aburrió y miró para otro lado. Se volvió a enamorar y yo no sabía nada hasta que supe de su matrimonio”. Acá cae como anillo al dedo el famoso dicho: “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”.
Roberto Calderón el día de la ceremonia nupcial comenzó a ingerir licor desde temprano y en la tarde partió para la iglesia a estar presente en el acto. Entró, se sentó en la banca de atrás y cuando la ceremonia avanzaba el sacerdote preguntó si alguien entre los presentes tenía impedimento para que la unión matrimonial se llevara a cabo. Aseveró enseguida. “Que hable ahora o calle para siempre”.
Roberto, tuvo ganas de contar la verdad, sin embargo se quedó quieto y permitió que ella fuera feliz con el hombre que eligió. Dejó quieta la alegría ajena, así el fogón de la tristeza estuviera ardiendo por dentro.
Al llegar a la casa donde hizo la canción ‘Cabañuelas’ no perdió tiempo porque tenía los insumos necesarios. Se sentó, escribió en una libreta, tomó la guitarra y rodeado de intensa melancolía se desahogó componiendo, ‘Esta es mi historia’, que también grabaron los hermanos Zuleta en el año 1984.
Al final aquella hermosa novia, se quedó observando la luna de Barranquilla, esa que tiene una cosa de maravilla, y él partió para su tierra a seguir cantando su famosa canción ‘Luna Sanjuanera’.
Adiós a las penas
En un largo trayecto de su existencia las aflicciones fueron compañeras del arquitecto y compositor Roberto Calderón Cujia, pero al final encontró el secreto para ahuyentarlas. No llevarlas más a su corazón y menos a las canciones porque tuvo la virtud de enrumbarse por el sendero del amor donde las cabañuelas a las que acudía su abuelo, pronosticaron los aguaceros necesarios para abonar el terreno. “Cabañuelas de amor, adiós dolor y que llueva”…