Con el trascurso del tiempo todos los pueblos van reuniendo ciertas características propias, más o menos homogéneas y generalizadas. Sin embargo, no siempre corresponden a la realidad, sino que son exageraciones cuando no mitos, y siempre van cambiando con las épocas.

Por: Álvaro González Uribe

@alvarogonzalezu

En el carriel se puede guardar una estampita de la virgen o un puñal; y también una camándula o una pistola, o todas juntas. Con el machete se puede pelar una piña o desbrozar la maleza, pero también herir a alguien, o ambas cosas. La ruana puede proteger del frío, pero también esconder la cara, o ambas cosas. Bajo el sombrero puede haber un paisa querido, pero también un paisa malandrín, o ambos…

Es que sí pues estos paisas astutos, echados pa’ lante y tenaces, pero también estos paisas ventajosos, vivos y estafadores. Estos paisas tradicionalistas y familiares, pero también estos paisas trogloditas, clasistas y racistas. Estos paisas caballeros y coquetos, pero también estos paisas machistas y xenófobos. Estos paisas austeros y ahorradores, pero también estos paisas descrestones y carretudos. Estos paisas trabajadores, arraigados y berracos, pero también estos paisas explotadores, mafiosos y paracos… ¿Será? ¿Qué será, qué será?

Pueblo este contradictorio, paradójico, difícil y diverso. Pueblo este fuerte, peculiar y maravilloso, Pueblo este de luces y de sombras, ángel y demonio. Pueblo este tan humano. Pueblo este singular, como todos.

Las cualidades paisas, como todas las cualidades, tienen varios grados y se pueden convertir en defectos, ya sean ajustadas o no a la realidad, ya sean propias de muchos o de unos pocos, ya sean del pasado o aún presentes.

Lo único claro es que el antioqueño por lo general no pasa desapercibido para bien o para mal. Si es usted paisa, ¿ha sido “la paisa” o “el paisa” por ahí en algún un lugar diferente a Antioquia? Donde uno vaya es “el paisa” o “la paisa”, para bien o para mal.

Álvaro González fue docente y asesor en Unimagdalena antes de retornar a su tierra Medellín//

El pasado miércoles 11 de agosto fue el Día de la Antioqueñidad. Antes que celebrar —que está bien— este es uno de esos días propicios para pensar, para entender, para cuestionar, para reconsiderar, para reformular. ¿Qué es la antioqueñidad? ¿Es? ¿Qué fue? (¿Ya fue?). ¿Es hoy la misma de antes? ¿Es digna de celebrar? Son preguntas no solo de interés académico que puede ser, sino también con un práctico y actual contenido antropológico, sicológico y hasta político y económico.

Con el trascurso del tiempo todos los pueblos van reuniendo ciertas características propias, más o menos homogéneas y generalizadas. Sin embargo, no siempre corresponden a la realidad, sino que son exageraciones cuando no mitos, y siempre van cambiando con las épocas.

Lo primero es qué tanto —en especial en un mundo globalizado— se puede hablar hoy de características propias de un pueblo nacido y afincado en determinado lugar del mundo. Sin duda, sí, pero ya no tanto como antes. Precisamente en Antioquia ello se dio por el aislamiento de su territorio en el pasado: montañas agrestes, cañones profundos, quebradas y ríos raudos, picos y selvas, escasas y pésimas vías de comunicación. Claro que hoy existen lugares aislados, pero ya son contados teniendo en cuenta las vías que así sea con lentitud cada vez llegan a más sitios y mejoran, y, sobre todo con el internet y demás medios de comunicación Antioquia ha vencido su aislamiento, dentro de sí y con el resto del país y el mundo.

Sin embargo, y pese a esa ya nueva cultura paisa, no es fácil ser antioqueño en el resto del país y para el resto del país. Y nos hemos ganado con justicia esa animadversión, aunque, dicho sea de paso, a veces va ligada a cierta admiración escondida —reconózcalo lector allende los linderos de esta finquita que yo a usted también lo admiro pues, palabrita pa’ mi Dios—.

Eso de hablar de raza paisa es una tremenda tontería, esos ánimos de federalismos y ese regionalismo exacerbado son absurdos y repelen. Tenemos muchas cualidades como las tienen los originarios de todas las regiones. Y entre varias, hay una característica que nos hace chocantes, quizás la madre de todas: la exageración. Esa exageración que en veces se torna en fanfarronería, que nos vuelve caricaturas de nosotros mismos, que en ocasiones raya con la ostentación y la mentira.

No me queda duda de que en los últimos 30 años, y cada vez más, se ha ido gestando un nuevo antioqueño. Precisamente esa tan propia de siempre capacidad de resiliencia, de adaptación, ha sido móvil de la transformación. Es lógico que ese cambio sea más notorio en los jóvenes, más conectados al mundo, menos atados a otras épocas de carriel y más abiertos al cambio.

Antioquia, en especial en los últimos años, ha evolucionado bastante y me atrevo a decir que ya va siendo otra, pese a cierta resistencia que antes que por convencimiento y nostalgia es más por lo religioso, lo comercial o lo político porque esa vieja narrativa paisa es vendedora y útil para mantener rediles y encausar rebaños. Pero el antioqueño ha conocido el mundo y se ha conocido a sí mismo, ha saboreado su autonomía y poder individual, ya sabe que es diverso y cree en la diversidad en todos los ámbitos y de todas las condiciones humanas. Cada vez son más pocos los sectores refractarios al cambio, esos que “si quiera se murieron los abuelos” —que ya son los tatarabuelos y más antes—.

Falta mucho, como a todos en todas las regiones, pero esa nueva cultura paisa cada vez se aposenta más y así debe ser.

Y no se trata del abandono de los valores de siempre, se trata del avance con esos mismos valores y usándolos, aunque también reformulando algunos: la reciedumbre, la resiliencia, la adaptación, el trabajo, el orgullo por la tierra y el sentido de pertenencia dirigidos hacia fines sociales, hacia la igualdad y la equidad, hacía el desarrollo sostenible, hacia la empatía y comprensión, hacia el progreso integral de todo el país, de Latinoamérica y del mundo. Cultura, educación y medioambiente son afanes de la nueva antioqueñidad.

Y hay un valor clave que ha sido el más duro de transformar: la honradez que debe pasar a la ética que es más amplia, más integral, más polifacética. La ética en todos los aspectos de la vida y como forma de vida y no solo en los negocios ni únicamente formal; dejar de ser luz del trabajo y oscuridad de la calle, y de la casa, y en todo lo demás.

Diversidad es uno de los conceptos más claros de hoy. El paisa de antes tendía a homogenizar porque ello era más práctico, salía más barato —por “economía de escala” ¡ja!— y era más fácil de manejar en varios órdenes. Una homogenización perversa que abortaba iniciativas, personalidades, artes y culturas, que impedía florecer la creatividad y un mayor desarrollo; que no dejaba ser. Era paradójico que eso sucediera en un departamento donde confluyen tantas etnias, culturas, climas y geografías. Antioquia es el departamento más diverso de Colombia, y sin exagerar paisamente me atrevo a decir que es uno de los territorios más diversos del mundo.

Una diversidad que en el año 2013 —cuando se celebraron los 200 años de la Independencia de Antioquia— la Gobernación plasmó en esta bella, bellísima, versión del himno antioqueño que usted puede ver y escuchar en el enlace. No se pierda esto lectora o lector, y si ya lo ha visto, recuérdelo pues: Himno de Antioquia 200 años.

*Abogado, periodista y escritor