Por: Leonardo Herrera Delgans
@leoher70
Colombia es una nación de fiestas y ferias, y los pueblos del Caribe sí que saben celebrar, quizás porque es la forma en que esa alegría desbordante que tienen los nacidos en estas tierras se activa durante las festividades, y se convierte en la forma de resistir y soportar la dureza de la realidad, en el bálsamo que permite olvidar el abandono, la desidia oficial, la guerra, el luto y el dolor que históricamente los ha golpeado.
Nuestras fiestas son la manifestación con la que sabemos responder a las adversidades, como mejor nos contamos, relacionamos y mostramos al mundo, es una narrativa que intentamos imponer para mostrar en todo su esplendor nuestra diversidad y hacer visibles a los que nunca salen, en especial a los habitantes de esos pueblos perdidos en la geografía nacional, que aprovechan este espacio para exponer su gente y lugares.

De allí la importancia que tiene para los costeños fechas como el 20 de Enero, que es cuando se levanta la bandera para que toda una región se ponga en modo gozadera. En Barranquilla con la lectura El Bando, que da apertura a la temporada de los carnavales, en donde por decreto se ordena al festejo y es cuando la ciudad se declara como territorio libre para la alegría. También están las fiestas del 20 de Enero en Sincelejo, que son más que corralejas, y las del Caimán en Ciénaga (Magdalena), donde el pueblo entero se desborda por las calles a bailar sin importar calor o el radiante sol, que por estos días pareciera que apretara más.
Nuestras fiestas son tal vez donde más fácil sabemos ponernos de acuerdo, no hay discrepancia se olvidan los colores de los partidos, los estratos sociales y no hay distingo de ninguna índole, en donde se acaba la reverencia para llegar la irreverencia, ricos y pobres se funden en un solo ambiente para tomarse la calle y salir a gozar. La fiesta tiene un poder sanador y eso en el Caribe lo entendemos desde antes de nacer.

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