Por: Álvaro Rojano Osorio

A José de Carmen Aragón Santana lo encontré rodeado de un grupo de jóvenes que atentos lo escuchaban hablar. A sus ochenta años mantiene el brío intacto y el interés por contar, a veces sin pausa, las historias que ha vivido y conocido. Al llegar hasta su vivienda en Bahiahonda, él recordaba la frase de su papá, con el que vivió los primeros años en Rosario de Chengue, pidiéndole a Mercedes, la mamá de Carmen, que, si se lo llevaba no lo  dejara bruto. 

Y así pasó. Lo asegura con voz segura y rostro inalterable. Yo iba en Chengue a un buen colegio privado, donde un maestro que me estaba enseñando. Allá hubiera aprendido como lo hicieron unos primos, porque había unos libros sellados de letras y de cosas con los que nos enseñaban.  Apenas vine acá, me mandaron a la escuela, pero me dediqué, junto con unos compañeros, a buscar y sacar lobos de los huecos. Fíjese lo que es el irrespeto.

José de Carmen Aragón Santana

Eso de no estudiar si me ha pesado. Ni lo permita Dios que hubiera terminado un quinto de primaria, vea acá en Bahiahonda a esa gente pícara la tuviera a monte. ¡Uf! A esa gente que son unos tigres con comida, los tuviera atacados. Pero mamá me fue a buscar a Chengue, donde nací, y apenas la vi dije: me voy con usted. Es que como el amor de madre no hay. 

José del Carmen vive con uno de sus hijos en uno de los nuevos barrios que han surgido en Bahiahonda, el que, según él, carece de nombre. Hace muchos años enviudó, lo que lamenta recordando a su compañera. Asegura que no se ha vuelto a enamorar por carecer de interés para hacerlo, porque, como enfatiza, fue conquistador, tanto que es padre de veinte hijos, procreados con distintas mujeres.

El corregimiento de Bahiahonda Pedraza

Este, regresando a su infancia y juventud, menciona que: seguí regresando “matíao” a Chengue, aún lo hago, y cuando me descollé cogí el camino para Venezuela. Allá trabajaba, iba y venía. Después de que me casé con la mujer que se murió, me fui y levanté un negocio en “El Guayabo” donde vendía cerdo y pescado frito. Duré un año y seis meses por allá, me iba bien, y cada vez que podía le mandaba plata a ella, pero me dieron ganas de regresar para estar con mi familia.

Traje una plata y le pregunté a mi compañera por el vale en la tienda y me respondió: “está cogido en deuda”, entonces le entregué el dinero y le dije vaya y pague, quedamos casi ras con bola. Después, le informé que no volvía a Venezuela, que no salía más a caminar, y ella me respondió: “Carmen y de que vamos a vivir”, yo le dije: voy para la isla a sembrarla de pan coger.

Me dediqué a sembrar yuca, patilla, batata, ahuyama en la isla que está en el río Magdalena, con eso la familia y yo nos acotejamos. Me fue tan bien que hice negocios de compra de semovientes con Nelson Ortega, en su finca cerca de Guaquirí, tanto que un día me dijo: “José de Carmen eres el único agricultor que he visto comprando terneros”.

Yo soy el cacique de la música de acá

Cuando me vine a vivir a Bahiahonda la música que se escuchaba no me interesaba, enteramente yo estaba muy niño. Pero cuando cumplí los quince años comencé a acercarme al golpe de tambor, y me encontré con cantadores como Agustín Bolaño, Rosendo Muñoz Pérez, quienes eran alumnos de Nicolás Bolaño. Aprendí a cantar con ellos y con las cantadoras Narcisa Ospino, que era mi abuela, Merce Rambao, Cruz Escalante, mujeres que le dieron “despejamiento” a esta cultura nuestra.

Gilbertico Almanza era el tamborero. Vea, por esta ladera ni la de Bolívar ha habido quien lo supere. Era tan bueno que cuando íbamos a participar en las fiestas donde nos invitaban, lo rodeaban para escucharlo interpretando el llamador.

En las ruedas de baile de pajarito, baile de negro, bullerengue, aprendí la letra de las primeras canciones que me supe: “Martín Enguayabado”, “Manuel tumba la ceiba”, y unos versos que cantaba Agustín. Después, cuando me acoplé con esos sones, mi voz, en las madrugadas, se escuchaba en cualquier rincón del pueblo.

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Madrugadas en las que Gilbertico nos pedía que verseáramos entre nosotros, Agustín no se atrevía mucho, quien me respondía era Rosendo, pero varias oportunidades lo derroté. Eso si era bonito porque amanecíamos y permanecíamos tocando hasta la diez u once de la mañana, apoyados por las mujeres que bailaban hasta esas horas. No como ahora, que están un rato y, después, se van a buscar picot donde bailar.  Una madrugada de esas fue en la que Agustín me dijo: ¡Carajo!, Carmen, eres el bozá de los cantadores.

Después, cuando echamos a salir a los pueblos a bailar y cantar son de negro, junto a las negras que eran las bailadoras, recorrimos distintos caminos, íbamos a pie y regresábamos contentos y con platica. Salíamos a 10 o 20 “chivos”, al que más le dábamos era a Gilbertico, porque él no tomaba ron. Yo a veces le decía tomate un trago y él me respondía: mejor dame tabaco, porque ¡Carajo!, le gustaba fumar.

Una vez fuimos a bailar negro en Punta de Piedra y me quedé cantando vallenato a unos señores. Pero antes de hacerlo les advertí que no les podía cantar los discos que estaban de moda, porque nunca me he interesado en aprenderme las canciones vallenatas. Les interpreté varias composiciones de mi autoría y se entusiasmaron tanto que me regalaron cuatro mil pesos, que es la cantidad de dinero más grande que me he ganado como cantador.

A propósito de lo que he ganado como cantador, le cuento que en estos días me vinieron a buscar para que cantara con el grupo de música de acá para un video, acepté porque me lo pidió el hijo de una ahijada, porque ya me retiré de ellos. Tengo razón para hacerlo, repartieron una plata el año pasado por concepto de cultura a los de la danza, y metieron en la lista a gente que no van ni a dar una palma cuando bailamos y tocamos.

En cambio, a mí, que soy el cacique de la música de Bahiahonda, por ser el único de los viejos que queda participando en las actividades culturales, me dejaron por fuera de la lista que hicieron en Barranquilla y mandaron para Santa Marta.  No me dieron un peso y hubo gente que agarró doscientos mil pesos sin tener nada que ver con la cultura nuestra. Excluyeron a los viejos cantadores y bailadores y metieron a unas personas que nunca han sabido ni silbar.

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La tarde cae, el sol anaranjado hace brillar el pelo cano de José del Carmen, así debe suceder con el mío. En el horizonte se avizoran nubes que pronostican lluvias, las que de caer generarían dificultades por el estado de la vía para nuestro regreso a Pedraza. Me levanto de la silla, en la que me acomodé para escucharlo, entonces, aprovechando el final de conversación, Carmen lanza una frase que resulta una sentencia:  

Conmigo no cuenten más para cantar con el grupo de música, ni con el de la danza de acá.