Por: Álvaro Rojano

“A Migue Medina, que nunca quería ir a bahiahonda, pero cuando iba, no se quería devolver a pedrada”. AR

Mis primeras relaciones con Bahiahonda, según mis recuerdos, se dieron cuando era un niño que, quizá, comenzaba a ir a la escuela, y fueron a través de personas originarias o habitantes en este lugar como: Abelardo Almanza Lozano, los hermanos Ospino Ospino, Edgardo y Omaira Almanza, Nibaldo Peña. Sin olvidar a “Toño” y “Sayo”, y, después, a Carmen Sofía y “El Boni” Ospino.

También, a través de los cuentos que refería mi madre cuando ella, siendo menor de edad, vivió en este lugar en compañía de su mamá, mientras su hermana Ana María fue docente.

Pero, además, había un hecho anual, las fiestas en honor a San Pablo, que permitía relacionarme con personas de esta población, lo que ocurría en mi segunda casa en Pedraza, la de la familia Mendoza Ramos. Cornelia Ramos Barrios, “La niña Cornelia”, que era bahiondera, recibía con su rostro iluminado por la hospitalidad a todos los que llegaban a su vivienda.

Nunca pude conocer el secreto de Cloris, Rafaela y Onil, para multiplicar la comida que brindaban con agrado a todos los que llegaban. Quienes lo hacían eran bailadores y bailadoras de cumbia, que cuando se apagaba la última vela y cesaba la música, era cuando colgaban las hamacas dentro de la casa y en un rancho que había en el patio de las Mendoza.

Para entonces, y hasta principios de los años 90, la cumbia fue el imán que atrajo a los bahionderos hacia Pedraza. Se destacaban por la forma y la resistencia física al bailar, tanto que Libraba Obeso aseguraba que eran ellos los que amanecían bailando, porque los pedraceros dormían temprano. Rueda de cumbia en la que era usual ver a los hombres envueltos en trifulcas, advirtiendo que la ausencia de este ingrediente era como un matrimonio sin amor.

Los pueblos afro tienen una particularidad: Su elocuente alegría// Foto Jordán Gutiérrez//

Bahiahonda ha sido música y fiestas, tanto que algunos mestizos que llegaron a ese lugar, tiempo después de su surgimiento espontáneo en la segunda mitad del siglo XIX, aseguraban que fueron ellos los que obligaron a quienes allí encontraron a romper con la rutina de vida que comprendía pescar en “Cotoré”, cazar, sembrar tabaco y yuca y tocar tambor.

Entonces, no resulta un engaño de mi memoria que mis primeros recuerdos estén atados a un hilo festivo, después musical, porque estas han sido una de las características más importantes de esta población. Y lo es porque en ella ha tenido cabida expresiones folclóricas como la gaita, el son de pajarito, el son de negro, y, por supuesto la cumbia, de cuya organización se encargaba Rosa Barrios. Eso sí, sin olvidar los géneros que hoy dominan los gustos de quienes habitan en este lugar, y que en ella existe la danza “Fusión Rivereña, que es una de las connotadas representantes de la cultura del Bajo Magdalena, y de nuestro municipio, en los carnavales de Barranquilla.

El camino de la cabecera municipal Pedraza al corregimiento de Bahiahonda sigue siendo una vía destapada//

Pero, además, de estas expresiones musicales, ha contribuido a la formación de esta imagen, la forma de ser del bahiondero, alegre, parrandero, dicharachero, “cara pelá.”

A mediados de siglo XX, cuando el sexteto se puso de moda en el Caribe colombiano, y otros lugares del país, en Bahiahonda hubo dos agrupaciones. De este tiempo quedaron unos sones cubanos que Rosendo Muñoz, se aprendió, cuando fue cantante del grupo de los jóvenes, y de los que se acordó hasta el último día de su vida. De la gaita, que amenizaba el “Co, co, pio” o Po, po, pío Gavilán, el 28 de diciembre, queda la historia.

Al son de esta expresión musical bailaban la maya, que era una danza de agradecimiento por los resultados de la siembra del campo.

Después, siendo un adolescente conocí en Pedraza a Agustín Bolaño, lo vi bailando baile de negro, sin caracoles, ni muecas, y sin tener la cara ni el cuerpo pintado de negro. Fue una tarde sin sol, en unos carnavales, y él bailaba al son de un tambor, palmadas y algunas voces. Era un grupo de personas, entre las que estaban Gilbertico Almanza y Rosendo Muñoz, que se desplazaba sobre una calle de arena gris de Pedraza.

Pero echando mano a la totalidad de mis recuerdos asociados con esa tarde, preciso que era una reunión en la que estaba Amado Almanza, a quien la música le interrumpió su conversación sobre el partido liberal, y Miguel Granados Lozano que lucía su vistosa asañosería y su simpática sonrisa.

El baile y el toque del tambor, son acciones típicas de la cultura del bahiahondero//

Hasta entonces esa localidad me resultaba lejana e inaccesible, así me pareció, incluso, cuando siendo un adolescente en compañía de unos amigos fuimos a jugar fútbol. Lo hicimos caminando por unos de los senderos que abordaron alguno de los mestizos que estuvieron entre los primeros en residir en ese lugar. Después, en mi juventud, volví por la otra ruta, la ciénaga de “Cotoré”, la que tomaron los afro descendientes que estuvieron entre quienes construyeron las primeras casas y trazaron la primera calle de Bahiahonda.

Este último viaje fue una aventura, navegamos la ciénaga en la embarcación de Lizardo Santana, era de mañana y el sol picaba en mi piel. Su luz tornaba amarillo claro al conjunto de viviendas que se avizoraban en el horizonte. Y mientras la parsimonia guiaba a Lizardo, yo observaba a un grupo de pescadores lanzar sus atarrayas. Fue la pesca la que llevó a afro descendientes, residentes en Barranca Vieja, a ir, inicialmente, de manera transitoria a “Cotoré”, después a asentarse permanentemente en el sitio al que, tradicionalmente, llamaban Bahiahonda. Lo hicieron impulsados por el proceso de ruralización del Caribe colombiano, generado por factores legales, económicos, políticos, de salud, entre otros.

Pero antes de continuar hablando de mis recuerdos sobre esta población y de su gente, es importante mencionar el origen del término “Cotoré”, que es una derivación de “Catoré” que fue la forma como los españoles identificaron a los indígenas que se ubicaban en la isla del río Magdalena que tiene el mismo nombre.

Fue producto de ese viaje cuando tuve la oportunidad de compartir con Agustín Bolaño, y de comenzar a entender su importancia como narrador de sus historias, las que impregnaba de un inteligente sentido del humor, de identificarlo como importante cultor de la tradición folclórica arraigada en su pueblo natal. Estos y otros atributos lo convirtieron, por años, en uno de los personajes importantes de esta localidad, en lo que competía con un mestizo, al que identificaban como “El Mono” Almanza, quien, con su liderazgo y poder económico, hizo de Bahiahonda un lugar de seguidores del partido conservador.

Agustín no fue la excepción a esta regla, y por años ejerció cierto liderazgo cívico y político que le permitió asegurar, en una intervención ante el concejo municipal, que debido a que los bahionderos se alumbraban todas las noches con mechones, cuando sufrían una cortadura de su piel lo que fluía de sus venas era humo.

Después, cuando mejoró el acceso a Bahiahonda mis relaciones con sus pobladores fueron fluidas, y fue cuando conocí a Ezequiel Rambal, quien era rezandero, decimero e historiador, además de dotado de una creatividad que le permitió idear una leyenda sobre un negro rebelde que llamó “Agripa”, y al que le asignó la condición de líder de los negros libertos o esclavos huidizos que, según él, se fueron a esconder, en tiempos coloniales, en el sitio llamado Bahiahonda.

El Carnaval una fiesta imperdible en Bahiahonda//

El conservadurismo y el aislamiento geográfico

Pero el bahiondero no solo fue conservador, también ha sido conservadurista, es decir, defensor de sus tradiciones y valores. Dos hechos primaron en esto: la cosmovisión de los afrodescendientes, que impusieron sus costumbres y prácticas o la mezclaron con la de los mestizos con los que convivían (lo que también sucedió en la Colonia y que denominan sincretismo) y el aislamiento geográfico en el que por más de un siglo vivieron.

Tradiciones y creencias, que en su mayoría tienen origen negro, español e indígena, como son los ritos mortuorios, las creencias supersticiosas, algunas prácticas alimenticias de Semana Santa, y sociales como la familiaridad, la hospitalidad para con los extraños, la solidaridad y el paisanaje.

Entre las más antiguas tradiciones están algunos ritos funerarios como el sepultar a los muertos en el cementerio del pueblo, sin que haya obstáculo geográfico o económico que logre impedir el traslado de un cadáver de cualquier parte del país o del extranjero. Las familias necesitan velar al muerto en Bahiahonda para llorarlo con la fuerza y el sentimiento que lo hacen, para mandarle recados a otros muertos, para hacerle ocho o nueve días de velorio.

También para poner en práctica tradiciones como el que la familia del fallecido se muda por un mes para la casa donde se celebra el velorio. Velorio que se convierte en punto de reencuentros, de reunión, en el que se borran las diferencias políticas, económicas, sociales o de otra índole. Tradición a la que pertenece el casi extinto juego de velorio, “María Macho”, que ponen en práctica tras la muerte de un menor de edad.

El bahiondero, trashumante por naturaleza, acostumbra a habitar, apoyados en los principios de solidaridad, familiaridad, en los barrios donde la mayoría de sus paisanos lo hacen. Sucede en Barranquilla y Bogotá, para donde se han mudado tras la crisis económica de Venezuela, donde habitaban en sectores específicos en Caracas y Maracaibo. De esa manera hacen de cada lugar una extensión de su pueblo, con su camaradería, familiaridad, y algunas tradiciones como los juegos de azar, y las reuniones sociales.

Otros personajes

Sin lugar a dudas, este es un pueblo de personajes tales como Nicolás Bolaño, cantador, repentista y bailador de música folclórica, María Concepción Bolaño, recordada por llorar a todos los muertos en la puerta de su casa, y de mandar con ellos mensajes a sus parientes fallecidos. Las hacedoras de bollos, de dulces, las rezanderas, parteras y, hasta las organizadoras de bailes de salón. De otros más, como el que aseguraba, con ese sentido del humor característicos de los habitantes de esta localidad, que Simón Bolívar había libertado cinco países utilizando un machetico sin cacha y trepado en un caballo sin silla, ni pellón.